Guía de viaje: Milán en dos días

Si me seguís por Instagram ya sabréis que hace un par de semanas hicimos una escapada exprés a Milán. Hacía 17 años que no pisaba la capital italiana de la moda y ya tenía ganas de volver a verla desde otra perspectiva más relajada (¡quién volviera a pillar aquellos maravillosos 18 añitos!). Necesitaba volver a maravillarme ante la catedral más impresionante que he visto en mi vida y deseaba perderme por las calles del famoso cuadrilatero de la moda (aunque solo fuera para ver escaparates).

Y dicho y hecho. Así fue cómo visité Milán en dos días:

El vuelo, los desplazamientos y el alojamiento

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Uno de los motivos por los que decidimos que Milán iba a ser nuestro próximo destino era que había vuelo directo desde Alicante a Bergamo (el aeropuerto donde aterrizarás si vuelas con Ryanair). En menos de dos horas, pisas suelo italiano, aunque después tendrás que invertir otra hora más para que un bus te lleve hasta la Estación Central de Milán.

Pero empecemos por el principio.

El vuelo

Si alguien me preguntara cuál es mi página favorita de Internet, sin duda, diría que es Skyscanner. Para los que no la conozcáis esta página es el buscador de vuelos más maravilloso del mundo mundial. En su buscador puedes introducir el origen, es decir, el aeropuerto desde el que vas a empezar tu viaje, y si te da un poco igual el lugar de destino (¡lo importante es viajar!) o si tienes flexibilidad en las fechas del viaje, te muestra los precios más económicos para cualquier lugar en cualquier mes del año. ¡Es una maravilla!

A través de este buscador, reservamos los billetes hacia Milán con Ryanair.

Los traslados.

Como he comentado al principio, una vez llegas a Bergamo tienes que coger un bus para poder llegar a la Estación Central de Milán. El trayecto es de aproximadamente una hora y varias compañías ofrecen el servicio.

Una de ellas, en concreto, la más barata y, casualmente, la que tiene «enchufe» con Ryanair puesto que puedes comprarle el ticket a la azafata en pleno vuelo, es Terravision. Con Terravision se cumple a la perfección el dicho: «lo barato sale caro».  Y es que compramos los tickets de ida y vuelta y aunque no tuvimos problemas con la ida, ¡oh sorpresa!, a la vuelta el bus no apareció a ninguna de las horas que en su página web decía que iba a estar…

Todavía estoy esperando a que me contesten todos los mensajes de queja que les he enviado y, por supuesto, a que me devuelvan mi dinero. Al parecer, el  servicio de atención al cliente también es nefasto. Así que recordad amiguitos: Terravision=caca.

Por suerte, en la misma parada había otro bus de otra empresa que sí hacía el trayecto, con lo que tuvimos que volver a comprar los tickets y poder llegar, justos, pero a tiempo de coger nuestro vuelo de vuelta a casa.

Alojamiento

Tal y como hicimos en nuestro viaje a París, el alojamiento lo reservamos a través de Airbnb y de nuevo la experiencia fue de lo más satisfactoria. Como íbamos a estar poco tiempo en Milán, elegimos un piso muy coqueto situado entre la Estación Central y el Duomo (a 15 minutos andando aprox.). El piso, estaba en una de las calles que dan a la Avenida de Buenos Aires, una calle muy comercial que me recordó a la Gran Vía de Madrid. La única sorpresa que nos llevamos es que cuando el dueño nos dio las llaves, tuvimos que pagar un extra de 8€ cada uno en concepto de impuestos. Al parecer es por una ordenanza municipal y se tiene que pagar tanto si te alojas en un apartamento como en un hotel.

Casi delante del apartamento teníamos un supermercado, estilo Mercadona, que estaba abierto hasta las 12 de la noche. No sé si en Milán serán todos iguales, pero desde luego ese horario nos salvó la vida. FYI: se llama Unes Maxi S.P.A. y en contraposición a su horario, parece ser que el precio medio es un poco más alto de lo habitual en Italia. No se puede tener todo…

Al lado del supermercado, haciendo esquina, había una cafetería muy acogedora en la que, sin embargo, aprendimos que la cerveza no es una bebida asequible en Milán. 5€ la caña 😮

Imperdibles de Milán en dos días

Y ahora sí, pasemos a la parte divertida. Si vas a viajar a Milán, aquí te dejo alguno de los sitios que visitamos:

Duomo

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Bolso-bandolera Leo Azul de Sanyuri, disponible aquí.

Ir a Milán y no visitar el Duomo es como no haber estado en Milán. Recordaba esta obra de arte como la catedral más espectacular que había visto en mi vida. Y unos cuantos años después de haberla vuelto a ver, me reafirmo. Merece la pena tirarse una mañana entera observando al detalle su fachada y hacerse 500.000 fotos desde todas las perspectivas posibles de su abarrotada plaza (con permiso de las famélicas palomas asesinas).

Por cierto, muy cerca del Duomo se encuentra el Panino Giusto. Un bar decorado con los colores de la bandera italiana, que tiene una gigante mesa central en la que los comensales se sientan y comparten espacio, donde comimos unos panini deliciosos. Servicio amable y muy rápido. Este fue otro de los sitios que nos recomendó un amigo y que os paso a compartir porque realmente lo merece.

También merece MUCHÍSIMO la pena pagar los 9€ que cuesta el acceso (a pie) de su terraza para disfrutar de las vistas que hay de la ciudad desde su tejado transitable, así como tener la oportunidad de poder ver (y casi tocar) su arquitectura desde lo más alto de la catedral. En esta azotea, da igual la perspectiva que elijas para inmortalizar el momento, te van a salir auténticos fotones. Sin duda alguna, mi parte favorita del viaje fue este descubrimiento.

Galleria Vittorio Emanuelle II

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En la misma plaza donde se encuentra el Duomo, está la Galleria Vittorio Emanuelle II, otra obra de arte arquitectónica que debes visitar sí o sí. todo un detallazo que la construyeran en la misma plaza que el Duomo para que no tuviéramos que andar mucho. 🙂

Adentrarte en esta galería comercial, llena de bares y boutiques italianas divinas, es una auténtica locura en todos los sentidos de la palabra. Y es que uno no sabe si aprovechar para mirar los preciosos mosaicos que se dibujan en el suelo, mirar de frente para deleitarse con los originales escaparates de las boutiques de Louis Vuitton, Prada, Versace o Gucci, o admirar las cúpulas acristaladas y los frescos que se dibujan en lo más alto.

En la Galleria Vittorio Emanuelle nos tomamos nuestro primer helado del año (a ver cómo superamos esto el año que viene) y no dudamos en seguir la tradición de dar una vuelta sobre nosotros mismos pisando los «atributos» del toro que está dibujado en uno de los mosaicos. Dicen que es obligatorio hacerlo si quieres volver a Milán.

La última Cena de Leonardo Da Vinci

En el antiguo convento de los dominicos de Santa Maria delle Grazie se encuentra el fresco original de la Última Cena de Leonardo Da Vinci, justo sobre la pared donde el artista la pintó originalmente. Una obra maestra que merece la pena visitar si estás en Milán. La pega que tiene es que tienes que reservar las entradas con mucha antelación (y con mucho me refiero a más de un mes) puesto que las visitas se realizan en pequeños grupos y, como podrás imaginar, está muy demandada.

El Cuadrilatero de la Moda

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Milán está irremediablemente asociada a la moda. No en vano, la Milan Fashion Week es una de las semanas de la moda más influyentes del mundo. Y para mí, que llevo tantos años escribiendo en este blog, sobre todo, de temas relacionados con la moda, Milán es sinónimo de Gucci, Prada, Moschino, Versace o Dolce&Gabbana, entre otros.

Si disfrutas con la moda, aunque no te la puedas permitir (y si puedes, pues todavía con más razón), vale la pena reservar una tarde a pasear por el famoso cuadrilatero de la moda y, al menos, admirar, sus maravillosos escaparates.

Las calles que forman este cuadrado de lujo son la Via Monte Napoleone, Via Alessandro Manzoni, Via della Spiga (¡mi favorita!) y Corso Venecia. Todo el que quiere ser alguien en el sector lujo italiano, se encuentra aquí. Eso sí, echo de menos los divertidos escaparates de Moschino. Ahora, parece que Dolce&Gabbana ha cogido el relevo, pero todavía no alcanza a lograr ese punto divertido, creativo y loco de la firma en la que ahora diseña Jeremy Scott.

La Fundazione Prada y el Bar Luce

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Bolso-bandolera Elvira negro de Sanyuri, disponible aquí.

Si, como yo, pasáis gran parte del día, cotilleando cuentas bonitas de Instagram, tenéis que incluir en vuestro itinerario milanés una escapadita a la Fundazione Prada. Está bastante apartada del centro, pero se llega a ella sin problemas con el metro.

En mi caso, más que la posible programación del museo, lo que me hacía especial ilusión era tomarme un capuccino en el bar Luce, un bar de estética retro que se encuentra en el interior del complejo y que fue diseñado por el director de cine Wes Anderson. Suelos de terrazo rosita, paredes de aseos geométricas, máquinas de bolas o un tocadiscos retro hacen de lo más instagrameable este lugar. Y si en París no podía faltar la visita a la Maison Rose, en Milán el Bar Luce es de visita obligatoria.

Navigli, el barrio de los canales de Milan

Unas semanas antes del viaje, pedí a través de twitter recomendaciones para comer en Milán. La Fabbrica, una pizzeria de estética industrial, fue una de ellas. Este local se encuentra en Navigli, el barrio de los canales de Milán. Un barrio que es indispensable visitar al caer la tarde.

Esta zona está muy animada por la noche ya que cuenta con bares de jazz, muchísima oferta gastronómica a precios alcanzables, estudios de artistas que, inspirados por la belleza de su Milán venden los cuadros que pintan en sus propios talleres… y tal y como nos recomendaron, sí, las pizzas de la Fabbrica son bocatto di cardinale.

Como anécdota, cabe destacar que el propio Leonardo da Vinci, contribuyó a la creación de esos canales artificiales que, en un tiempo pasado, fueron tan importantes hasta el punto de que los materiales de construcción del Duomo entraron a Milán a través de ellos. Hoy en día, no tienen uso comercial, solo visual, pero están ahí para recordar la historia en un barrio de lo más encantador.

Escapada al Lago Como

La duración de nuestro viaje no dio más de sí, pero si tenéis la oportunidad de estar tres días en Milán, podéis reservar uno de los días a hacer una visita a la zona del Lago Como. Dicen que es muy bonita y queda muy cerca. Nosotros nos la anotamos para la próxima visita que, ojalá, sea más pronto que tarde.

Guía de viaje: París en tres días

Si me habéis seguido por las redes sociales ya sabréis que la semana pasada estuve de escapada en París con mi marido. Era un viaje que teníamos reservado desde hacía casi un año y la verdad es que, sin darnos cuenta, elegimos la mejor fecha posible por varias cosas. Primera y principal porque después de pasar el verano con los niños, necesitábamos unos días de desconexión del mundo en general para poder pasar tiempo nosotros solos. Sin obligaciones, sin horarios, sin prisas. Y segundo por el tiempo que ha hecho, porque poder disfrutar de la ciudad de la luz con una media de 30ºC de temperatura no lo podíamos imaginar ni en nuestros mejores sueños.

Así que parece ser que los astros se alinearon para que pudiéramos disfrutar al máximo de nuestra escapada y como nos salió todo tan bien y tengo la sensación de haber exprimido al máximo el tiempo que hemos estado, he creído interesante compartir con vosotros el planning que hicimos por si estáis pensando en hacer un viaje a París de duración similar.

El vuelo

Como os decía, el vuelo lo reservamos con muchísima antelación y, teniendo en cuenta las fechas que ya teníamos reservadas para otros compromisos personales, elegimos volar el viernes 9 de septiembre hacía París y volver el 11 de septiembre a Alicante. Con la compañía Vueling teníamos vuelo directo desde Alicante al aeropuerto de París-Orly, el segundo más importante de París y en el que, si no me equivoco, aterriza todo aquel que quiere ir a Eurodisney, puesto que está en la zona sur de la capital. Reservamos los vuelos de tal manera que el viernes a las 9 de la mañana ya estábamos en París y el domingo a las 12 de la noche llegábamos a Alicante.

Una vez en el aeropuerto cogimos el Orlybus que es como un bus urbano de los de aquí que te acerca a la estación de Denfert-Rochereau en media hora aproximadamente por unos 8 euros por persona. Por lo que estuve leyendo es una de las formas más asequibles de desplazarte desde el aeropuerto. A nosotros nos venía bien porque nos quedaba cerca de la casa que habíamos alquilado pero lo más normal es que tengáis que utilizar el metro de la misma estación para poder llegar a vuestro destino. De todas formas, al ser una estación bastante principal, está muy bien conectada pero hay que tenerlo en cuenta para salir con suficiente antelación, sobre todo en el momento de la vuelta a casa.

El alojamiento

En cuanto al alojamiento, nosotros nos decantamos por un apartamento de Airbnb. Teníamos claro que queríamos estar en un apartamento desde el principio por varios motivos. Uno de ellos, cómo no, era el de ahorrar dinero. Además a mí me encanta levantarme e inmediatamente desayunar (en pijama). Y por último, como queríamos aprovechar al máximo el tiempo que íbamos a estar en París, decidimos que era mejor dedicar menos tiempo a comer y más a explorar la ciudad así que no nos la podíamos jugar con los tiempos de espera en los abarrotados bares (¡estaban todos a tope!). El primer día cargamos en el super (recomendadísimos los FranPrix que están por toda la ciudad) y nos estuvimos alimentando a base de sandwiches y paninis. La única excepción que hacíamos era la del café que nos lo tomábamos en una coqueta brasserie que había bajo de casa, eso sí, a 2,80€ el espresso y eso que no era el sitio donde más caro estaba.

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Pero vamos a lo importante. Se lo he dicho a todo el mundo que conozco y vosotros no ibais a ser menos: ¡nuestro apartamento era el mejor del mundo mundial! Bueno, seguro que hay opciones mejores sobre todo si el dinero no es un problema, pero nosotros buscábamos uno bueno, bonito y barato y, a ser posible, en un buen emplazamiento. Y bueno, objetivo cumplido. Nuestro apartamento cumplía con todos los requisitos. (FYI os dejo la dirección exacta: 1 rue Blainville).

Una de las cosas que más ilusión me hacía era que estuviera en un lugar con encanto, aunque no fuera céntrico, en el que nos sintiéramos, aunque fuera solo por unos días, un poco parisinos. Nuestro apartamento estaba en el barrio latino, rodeado de universidades (La Sorbona & cía)  y prácticamente al lado del Panteón. Las calles eran estrechas y estaban llenas de bares de comida internacional que se mezclaban con pubs, brasseries, supermercados y tiendas de souvenirs.

Y aunque pueda dar la sensación de que, a simple vista, era ruidoso, lo cierto es que yo no describiría a «mi barrio» con ese adjetivo, porque las ventanas de nuestro apartamento daban a una plaza en la que desde primera hora de la mañana había músicos profesionales amenizando el ambiente. Violines, acordeones, clarinetes, guitarras y voces angelicales… en serio, por momentos me parecía estar metida en la película de Amelie (nota mental: tengo que volver a verla). Encantador sería un adjetivo bastante a la altura de las circunstancias.

Primer día

Una vez aterrizados y con las maletas ya en nuestra casa para los próximos días lo primero que decidimos hacer fue explorar un poco nuestro barrio. El barrio Latino. Así que la mañana del viernes la dedicamos a ver el Panteón, la Sorbona, la fuente de Saint Michel y los jardines de Luxemburgo (¡ma-ra-vi-llo-sos!) mientras vibrábamos con el ambiente de estas callecitas. Sin duda alguna es una ruta que recomiendo muchísimo hacer si queréis vivir un poco el ambiente parisino. Además, dicho sea de paso, en esta zona hay cantidad de bares de todos los gustos gastronómicos que suelen tener precios más asequibles que el resto de la ciudad. Nosotros terminamos la ruta en la Catedral de Notre Dame que queda muy cerquita. Le hicimos millones de fotos y nos anotamos en nuestra lista de películas que tenemos que volver a ver, la del Jorobado de Notre Dame, obvi. También dimos un paseo por los bajos del río Sena, mirando bien por el suelo por si nos encontrábamos a Ratatouille (otra peli que tengo que volver a ver) y los puestecitos artísticos que hay en el margen izquierdo del Sena (o mejor dicho los del Rive Gauche, en francés todo suena mejor) que aunque siguen siendo muy bonitos han perdido parte de su encanto porque el producto que venden ya no es tan original.

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Tras comer en casa y descansar un poco, cogimos el metro para ir al barrio de Montmatre. La verdad es que el metro de París es una maravilla. Me pareció bastante rápido y en general muy bien conectado. De precio es bastante similar al de Madrid. Tampoco me dio la impresión, salvo en alguna parada, de que estuviera muy abarrotado así que, para nosotros, ha sido perfecto como medio de transporte porque nos ha ahorrado mucho tiempo.

Como decía, cogimos el metro hasta la parada de Abbesses. Esta parada es la que queda más cerca del funicular que te sube hasta la Basílica del Sacre-Coeur pero nosotros paramos ahí porque queríamos hacernos una foto en su entrada ya que conserva en su totalidad el estilo art-nouveau característico de los antiguos metros de París. Y sí, la parada es muy bonita y la foto nos la hicimos pero el error que cometimos fue no coger el ascensor en cuanto bajamos del metro para subir a la superficie. La verdad es que nos sorprendió la de gente que hacía cola para subir en ascensor pero en ningún momento pensamos que era porque nos esperaban exactamente 104 escalones de subida para alcanzar la superficie. Lo bueno es que mientras mueres lentamente al quedarte sin respiración ni fuerzas puedes admirar diversos murales en las paredes hechos por artistas bohemios de la zona, aunque sinceramente el cansancio no te hace valorarlas como se merecen. Creo que es una forma de avisarte de lo que viene después y es que para llegar al famoso Sacré-Coeur, y a no ser que utilices el funicular, te espera un largo camino empinado y lleno de larguísimas escalinatas. Eso sí, de esta manera también puedes admirar curiosas tiendas de arte y hacer paradas en algunos sitios interesantes como el museo de Dalí. Pero ya os adelanto que por las calles estábamos mi marido, yo y cuatro gatos más mirándonos todos con cara de compasión y gritos mentales de «¡ánimo! ¡tu puedes! ¡un escalón más! ¡vamos!».

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El fin de la agonía llega con la famosa plaza de los pintores y bueno, qué queréis que os diga, si no habéis estado nunca, es visita obligatoria pero lo cierto es que ha perdido todo el encanto que tenía. Ya no es tan bohemia y auténtica, ahora está pensada por y para los turistas y por eso está plagada de bares saca-dinero y tiendas de souvenirs «made in China». O al menos esa fue la percepción que me llevé yo que solo pasaba por ahí de camino a la Basílica. Una pena.

Y ahora sí que sí. La Basílica del Sacré-Coeur. ¡Maravillosa es poco! ¡Es una obra de arte colosal y descomunal! Abarrotada de gente sí (por algo es el segundo lugar más visitado de Francia, después de la Torre Eiffel) pero totalmente comprensible porque tener delante esa obra magistral de la arquitectura y esas impagables vistas de todo París desde su mirador es motivo único y suficiente como para decir eso de «Paris is always a good idea». Y lo mejor es empezar a bajar por su escalinata delantera e ir girándonos cada cierto tiempo para seguir admirándola. A must-see.

Por cierto, si os gusta Instagram y seguís alguna cuenta de las dedicadas a París, seguramente habréis visto alguna foto de la Maison Rose, una casita-bar con las paredes de color rosa altamente recomendable visitar, aunque solo sea para fardar de foto en tu cuenta. Además, en algún momento de la vida anterior a sus paredes rosas, fue la residencia de Picasso en París.

Nuestra ruta terminó en la calle Pigalle que a mí me recordaba al modelo icónico de zapato de Christian Louboutin (llamado así en honor a esta famosa calle) pero que también es la calle que, entre otros muchos sex-shops y salas de espectáculos varios, se encuentra el Moulin Rouge (sí, otra peli que tengo que volver a ver). La calle en general no nos gustó mucho, pero al molino rojo hay que hacerle una foto al menos una vez en la vida.

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Segundo día

Nuestro segundo día comenzó en el metro en dirección a la Torre Eiffel. Aunque ya la habíamos visto de lejos en los Jardines de Luxemburgo, y por muchos millones de veces que la hemos visto en películas o en libros, la realidad supera la imaginación. Verla aparecer entre los exclusivos edificios del distrito 7 no se puede expresar en palabras, pero admirarla justo delante de los Campos de Marte, el jardin delantero, es alucinante. Os comento que nosotros fuimos sábado por la mañana bastante pronto y ya había una importante cola de gente esperando para subir. También nos han dicho que merece la pena verla cuando empieza a atardecer porque iluminada es todo un espectáculo pero nosotros esa parte nos la reservamos para nuestro próximo viaje. Lo que sí os aseguro es que nosotros, a plena luz del día, le hicimos fotazas desde todos los ángulos.

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Aprovechando que estábamos por esa zona, nos fuimos andando hasta el arco del Triunfo, otro monumento must-see que me sorprendió gratamente verlo en directo. Es mucho más enorme de lo que tenía en mi cabeza. Por otro lado, el tráfico de los Campos Elíseos es descomunal pero aun así la gente se atrevía a quedarse en una especie de isletas super delgadas que hay en medio de la carretera para conseguir hacerse la mejor foto con este monumento. O eso o que son fans de las Spice Girls y las querían emular

Con la satisfacción de haber visto los dos monumentos más importantes de nuestra lista, nos dedicamos a pasear viendo los lujosos escaparates de las boutiques de los Campos Elíseos y las avenidas que la cruzan en busca de la Avenue Montaigne, donde está el cuartel general de Dior, un imprescindible para mí que por algo este blog en realidad es un blog de moda y no una guía de viajes ;). Y así poco a poco, nos fuimos acercando al icónico puente de Alexandre III (nota mental, Julia Roberts y su anuncio para Calzedonia, no digo más) dejando a un lado el Grand Palais (lugar donde, entre otras muchas cosas, hace Chanel todos sus desfiles pret-à-porter) y el Petit Palais. Puede que esté siendo algo parca describiendo estos lugares pero no por ello quiere decir que no me impresionaran. Al contrario, eran bellísimos, pero llegó un punto en el que todo me parecía tan bonito, tan espectacular, tan colosal… que no sé en qué momento empecé a acostumbrarme.

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Tras fotografiar un millón de veces más a la Torre Eiffel desde el puente más bonito que he visto en mi vida llegamos (a pie en todo momento) a la plaza de la Concorde, famosa por estar coronada por un gigante obelisco de los de verdad y por albergar gran cantidad de edificios gubernamentales en un espacio gigante. En las fotos que hicimos no se aprecia la belleza de ese lugar por culpa del denso tráfico pero en mi retina queda grabado ese obelisco de por vida.

Y así como quien no quiere la cosa, nos metimos en el Jardin de les Tuileries, el nexo de unión entre la Plaza de la Concorde y el Louvre. Los jardines estaban a tope de gente y se convirtieron en el lugar perfecto para descansar a la sombra, refrescarse y tomar un tentempié, aunque para mi gusto los Jardines de Luxemburgo ganan en belleza.

Y a la salida de Les Tuileries ahí estaba, la famosa pirámide de cristal que nos advierte que hemos llegado al Louvre. (Por cierto, el Código da Vinci es otra peli que tengo que volver a ver). Lo ideal habría sido entrar a ver a la Gioconda y sus cuadros vecinos, pero el tiempo jugaba en nuestra contra, así que esta es otra de las cosas que nos dejamos pendientes para ver en otro viaje. De todas formas, admirar el edificio que la alberga desde fuera también merece la pena.

Y del Louvre al Palacio Real, o mejor dicho, a los Jardines del Palacio Real. Y es que había una placita que tenía especial ilusión por ver en directo. Es la plaza de las columnas que tantas veces había visto en Instagram. Necesitaba comprobar que era real XD.

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De ahí cogimos la Rue Saint Honoré y dedicamos el resto del día a pasear por ella y visitar algunas tiendas icónicas como Colette, otro must de París. Caminando, caminando llegamos a la Rue Cambon… ¿os suena de algo? Es la calle donde Chanel tiene su cuartel general, que tampoco es nada del otro mundo pero que a mí me hacía ilusión ver. Karl no estaba por ahí. Shame! Terminamos nuestra ruta comercial en Galerias Lafayette, los famosos centros comerciales donde es difícil comprar algo (a no ser que seas millonario) pero que vale la pena visitar para admirar su cúpula acristalada y su estructura circular repartida en siete plantas parapateadas por balcones de estructuras modernistas.

Volvimos de camino a casa por la Rue Rivoli, que es una preciosa calle con vistas a los Jardines de les Tuileries compuesta por un pasaje con arcos donde es interesante mirar, también, al suelo, lleno de originales mosaicos. Aquí está el famoso salón de thé Angelina, aunque dicen que su especialidad es el chocolate caliente. Volveré en invierno para que me siente mejor.

Tercer  y último día

Para nuestro último día en París decidimos comenzar la ruta en el Hotel de la Ville, es decir, el Ayuntamiento, otro colosal edificio más que te deja casi sin habla y que cuenta con una plaza en la que se llevan a cabo diversos festivales de música y conciertos. De ahí nos fuimos al Museo Pompidou. Queríamos experimentar la sensación de admirar un edificio tan moderno y totalmente diferente a los edificios del siglo XIX con sus características paredes de piedra y buhardillas pintorescas que copan la ciudad. Y sí, es raro verlo ahí en medio y también ver esa fuente surrealista en honor a Dalí quien, por cierto, está mirando todo lo que pasa en su plaza a través de un propio grafitti de él mismo que hay en ella. Pero el grueso de la ruta venía con el adentramiento en el barrio de Le Marais.

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Leímos que este barrio tiene mucha vida los domingos por la mañana. Las tiendas están abiertas (algo que no sucede en el resto de la ciudad), hay salas de exposiciones, gente improvisando conciertos por las calles y un mercadillo de antigüedades digno de ver. Y, bueno, yo tenía curiosidad por ver con mis propios ojos la brasserie La Perle, un bareto muy concurrido que se encuentra en pleno corazón del barrio donde ocurrió toda la locura de Galliano. Cuando lo vi, lo entendí todo. Este bar está en pleno barrio judío. Imaginad a Galliano, borracho, voceando y haciendo comentarios en contra de la religión judía… Si es que el alcohol no trae nada bueno, Galliano de mi vida…

Por ahí estuvimos paseando toda la mañana hasta que llegamos a la plaza des Vosges. De ella os diré que si os gusta el arte, tenéis que visitarla sí o sí. Aunque en el centro hay unos jardines, se puede rodear la plaza a través de sus arcadas. Y ahí es donde podéis admirar las galerías de arte de artistas super consagrados. A nosotros nos encantó dar esa vuelta y además nos vino fenomenal puesto que fue el único momento de todo nuestro viaje en el que cayeron unas gotitas de agua. Así que resguardados bajo esas preciosas arcadas nos fuimos despidiendo poco a poco de París.

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Sé que nos han quedado muchas cosas por ver, pero era nuestra primera vez en París y no queremos que sea la última. Nos han recomendado dar un paseo en barco por el Sena, ver la Torre Eiffel al atardecer, visitar la tumba de Napoleón y la Ópera de Garnier, entrar al Louvre a ver La Mona Lisa y, bueno, a modo personal, mi marido quiere ver la tumba de Jim Morrison (de hecho, el último día podríamos haber andado un poquito más allá de la Plaza des Vosges para alcanzar la pla za de la Bastilla y, a continuación, el famoso cementerio) … puede que ya esté haciendo nuevas rutas mentales para mi próximo viaje (aun sin fecha) a la que desde ya es mi ciudad favorita del mundo. ¿Qué más cosas y sitios de París me recomendáis ver? ¿Merece la pena sacrificar un día, a la próxima, para ir a Versalles?

Espero que os haya servido de algo mi guía y disfrutéis mucho de vuestro viaje. 🙂

 

 

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