Si me habéis seguido por las redes sociales ya sabréis que la semana pasada estuve de escapada en París con mi marido. Era un viaje que teníamos reservado desde hacía casi un año y la verdad es que, sin darnos cuenta, elegimos la mejor fecha posible por varias cosas. Primera y principal porque después de pasar el verano con los niños, necesitábamos unos días de desconexión del mundo en general para poder pasar tiempo nosotros solos. Sin obligaciones, sin horarios, sin prisas. Y segundo por el tiempo que ha hecho, porque poder disfrutar de la ciudad de la luz con una media de 30ºC de temperatura no lo podíamos imaginar ni en nuestros mejores sueños.
Así que parece ser que los astros se alinearon para que pudiéramos disfrutar al máximo de nuestra escapada y como nos salió todo tan bien y tengo la sensación de haber exprimido al máximo el tiempo que hemos estado, he creído interesante compartir con vosotros el planning que hicimos por si estáis pensando en hacer un viaje a París de duración similar.
El vuelo
Como os decía, el vuelo lo reservamos con muchísima antelación y, teniendo en cuenta las fechas que ya teníamos reservadas para otros compromisos personales, elegimos volar el viernes 9 de septiembre hacía París y volver el 11 de septiembre a Alicante. Con la compañía Vueling teníamos vuelo directo desde Alicante al aeropuerto de París-Orly, el segundo más importante de París y en el que, si no me equivoco, aterriza todo aquel que quiere ir a Eurodisney, puesto que está en la zona sur de la capital. Reservamos los vuelos de tal manera que el viernes a las 9 de la mañana ya estábamos en París y el domingo a las 12 de la noche llegábamos a Alicante.
Una vez en el aeropuerto cogimos el Orlybus que es como un bus urbano de los de aquí que te acerca a la estación de Denfert-Rochereau en media hora aproximadamente por unos 8 euros por persona. Por lo que estuve leyendo es una de las formas más asequibles de desplazarte desde el aeropuerto. A nosotros nos venía bien porque nos quedaba cerca de la casa que habíamos alquilado pero lo más normal es que tengáis que utilizar el metro de la misma estación para poder llegar a vuestro destino. De todas formas, al ser una estación bastante principal, está muy bien conectada pero hay que tenerlo en cuenta para salir con suficiente antelación, sobre todo en el momento de la vuelta a casa.
El alojamiento
En cuanto al alojamiento, nosotros nos decantamos por un apartamento de Airbnb. Teníamos claro que queríamos estar en un apartamento desde el principio por varios motivos. Uno de ellos, cómo no, era el de ahorrar dinero. Además a mí me encanta levantarme e inmediatamente desayunar (en pijama). Y por último, como queríamos aprovechar al máximo el tiempo que íbamos a estar en París, decidimos que era mejor dedicar menos tiempo a comer y más a explorar la ciudad así que no nos la podíamos jugar con los tiempos de espera en los abarrotados bares (¡estaban todos a tope!). El primer día cargamos en el super (recomendadísimos los FranPrix que están por toda la ciudad) y nos estuvimos alimentando a base de sandwiches y paninis. La única excepción que hacíamos era la del café que nos lo tomábamos en una coqueta brasserie que había bajo de casa, eso sí, a 2,80€ el espresso y eso que no era el sitio donde más caro estaba.
Pero vamos a lo importante. Se lo he dicho a todo el mundo que conozco y vosotros no ibais a ser menos: ¡nuestro apartamento era el mejor del mundo mundial! Bueno, seguro que hay opciones mejores sobre todo si el dinero no es un problema, pero nosotros buscábamos uno bueno, bonito y barato y, a ser posible, en un buen emplazamiento. Y bueno, objetivo cumplido. Nuestro apartamento cumplía con todos los requisitos. (FYI os dejo la dirección exacta: 1 rue Blainville).
Una de las cosas que más ilusión me hacía era que estuviera en un lugar con encanto, aunque no fuera céntrico, en el que nos sintiéramos, aunque fuera solo por unos días, un poco parisinos. Nuestro apartamento estaba en el barrio latino, rodeado de universidades (La Sorbona & cía) y prácticamente al lado del Panteón. Las calles eran estrechas y estaban llenas de bares de comida internacional que se mezclaban con pubs, brasseries, supermercados y tiendas de souvenirs.
Y aunque pueda dar la sensación de que, a simple vista, era ruidoso, lo cierto es que yo no describiría a «mi barrio» con ese adjetivo, porque las ventanas de nuestro apartamento daban a una plaza en la que desde primera hora de la mañana había músicos profesionales amenizando el ambiente. Violines, acordeones, clarinetes, guitarras y voces angelicales… en serio, por momentos me parecía estar metida en la película de Amelie (nota mental: tengo que volver a verla). Encantador sería un adjetivo bastante a la altura de las circunstancias.
Primer día
Una vez aterrizados y con las maletas ya en nuestra casa para los próximos días lo primero que decidimos hacer fue explorar un poco nuestro barrio. El barrio Latino. Así que la mañana del viernes la dedicamos a ver el Panteón, la Sorbona, la fuente de Saint Michel y los jardines de Luxemburgo (¡ma-ra-vi-llo-sos!) mientras vibrábamos con el ambiente de estas callecitas. Sin duda alguna es una ruta que recomiendo muchísimo hacer si queréis vivir un poco el ambiente parisino. Además, dicho sea de paso, en esta zona hay cantidad de bares de todos los gustos gastronómicos que suelen tener precios más asequibles que el resto de la ciudad. Nosotros terminamos la ruta en la Catedral de Notre Dame que queda muy cerquita. Le hicimos millones de fotos y nos anotamos en nuestra lista de películas que tenemos que volver a ver, la del Jorobado de Notre Dame, obvi. También dimos un paseo por los bajos del río Sena, mirando bien por el suelo por si nos encontrábamos a Ratatouille (otra peli que tengo que volver a ver) y los puestecitos artísticos que hay en el margen izquierdo del Sena (o mejor dicho los del Rive Gauche, en francés todo suena mejor) que aunque siguen siendo muy bonitos han perdido parte de su encanto porque el producto que venden ya no es tan original.
Tras comer en casa y descansar un poco, cogimos el metro para ir al barrio de Montmatre. La verdad es que el metro de París es una maravilla. Me pareció bastante rápido y en general muy bien conectado. De precio es bastante similar al de Madrid. Tampoco me dio la impresión, salvo en alguna parada, de que estuviera muy abarrotado así que, para nosotros, ha sido perfecto como medio de transporte porque nos ha ahorrado mucho tiempo.
Como decía, cogimos el metro hasta la parada de Abbesses. Esta parada es la que queda más cerca del funicular que te sube hasta la Basílica del Sacre-Coeur pero nosotros paramos ahí porque queríamos hacernos una foto en su entrada ya que conserva en su totalidad el estilo art-nouveau característico de los antiguos metros de París. Y sí, la parada es muy bonita y la foto nos la hicimos pero el error que cometimos fue no coger el ascensor en cuanto bajamos del metro para subir a la superficie. La verdad es que nos sorprendió la de gente que hacía cola para subir en ascensor pero en ningún momento pensamos que era porque nos esperaban exactamente 104 escalones de subida para alcanzar la superficie. Lo bueno es que mientras mueres lentamente al quedarte sin respiración ni fuerzas puedes admirar diversos murales en las paredes hechos por artistas bohemios de la zona, aunque sinceramente el cansancio no te hace valorarlas como se merecen. Creo que es una forma de avisarte de lo que viene después y es que para llegar al famoso Sacré-Coeur, y a no ser que utilices el funicular, te espera un largo camino empinado y lleno de larguísimas escalinatas. Eso sí, de esta manera también puedes admirar curiosas tiendas de arte y hacer paradas en algunos sitios interesantes como el museo de Dalí. Pero ya os adelanto que por las calles estábamos mi marido, yo y cuatro gatos más mirándonos todos con cara de compasión y gritos mentales de «¡ánimo! ¡tu puedes! ¡un escalón más! ¡vamos!».
El fin de la agonía llega con la famosa plaza de los pintores y bueno, qué queréis que os diga, si no habéis estado nunca, es visita obligatoria pero lo cierto es que ha perdido todo el encanto que tenía. Ya no es tan bohemia y auténtica, ahora está pensada por y para los turistas y por eso está plagada de bares saca-dinero y tiendas de souvenirs «made in China». O al menos esa fue la percepción que me llevé yo que solo pasaba por ahí de camino a la Basílica. Una pena.
Y ahora sí que sí. La Basílica del Sacré-Coeur. ¡Maravillosa es poco! ¡Es una obra de arte colosal y descomunal! Abarrotada de gente sí (por algo es el segundo lugar más visitado de Francia, después de la Torre Eiffel) pero totalmente comprensible porque tener delante esa obra magistral de la arquitectura y esas impagables vistas de todo París desde su mirador es motivo único y suficiente como para decir eso de «Paris is always a good idea». Y lo mejor es empezar a bajar por su escalinata delantera e ir girándonos cada cierto tiempo para seguir admirándola. A must-see.
Por cierto, si os gusta Instagram y seguís alguna cuenta de las dedicadas a París, seguramente habréis visto alguna foto de la Maison Rose, una casita-bar con las paredes de color rosa altamente recomendable visitar, aunque solo sea para fardar de foto en tu cuenta. Además, en algún momento de la vida anterior a sus paredes rosas, fue la residencia de Picasso en París.
Nuestra ruta terminó en la calle Pigalle que a mí me recordaba al modelo icónico de zapato de Christian Louboutin (llamado así en honor a esta famosa calle) pero que también es la calle que, entre otros muchos sex-shops y salas de espectáculos varios, se encuentra el Moulin Rouge (sí, otra peli que tengo que volver a ver). La calle en general no nos gustó mucho, pero al molino rojo hay que hacerle una foto al menos una vez en la vida.
Segundo día
Nuestro segundo día comenzó en el metro en dirección a la Torre Eiffel. Aunque ya la habíamos visto de lejos en los Jardines de Luxemburgo, y por muchos millones de veces que la hemos visto en películas o en libros, la realidad supera la imaginación. Verla aparecer entre los exclusivos edificios del distrito 7 no se puede expresar en palabras, pero admirarla justo delante de los Campos de Marte, el jardin delantero, es alucinante. Os comento que nosotros fuimos sábado por la mañana bastante pronto y ya había una importante cola de gente esperando para subir. También nos han dicho que merece la pena verla cuando empieza a atardecer porque iluminada es todo un espectáculo pero nosotros esa parte nos la reservamos para nuestro próximo viaje. Lo que sí os aseguro es que nosotros, a plena luz del día, le hicimos fotazas desde todos los ángulos.
Aprovechando que estábamos por esa zona, nos fuimos andando hasta el arco del Triunfo, otro monumento must-see que me sorprendió gratamente verlo en directo. Es mucho más enorme de lo que tenía en mi cabeza. Por otro lado, el tráfico de los Campos Elíseos es descomunal pero aun así la gente se atrevía a quedarse en una especie de isletas super delgadas que hay en medio de la carretera para conseguir hacerse la mejor foto con este monumento. O eso o que son fans de las Spice Girls y las querían emular…
Con la satisfacción de haber visto los dos monumentos más importantes de nuestra lista, nos dedicamos a pasear viendo los lujosos escaparates de las boutiques de los Campos Elíseos y las avenidas que la cruzan en busca de la Avenue Montaigne, donde está el cuartel general de Dior, un imprescindible para mí que por algo este blog en realidad es un blog de moda y no una guía de viajes ;). Y así poco a poco, nos fuimos acercando al icónico puente de Alexandre III (nota mental, Julia Roberts y su anuncio para Calzedonia, no digo más) dejando a un lado el Grand Palais (lugar donde, entre otras muchas cosas, hace Chanel todos sus desfiles pret-à-porter) y el Petit Palais. Puede que esté siendo algo parca describiendo estos lugares pero no por ello quiere decir que no me impresionaran. Al contrario, eran bellísimos, pero llegó un punto en el que todo me parecía tan bonito, tan espectacular, tan colosal… que no sé en qué momento empecé a acostumbrarme.
Tras fotografiar un millón de veces más a la Torre Eiffel desde el puente más bonito que he visto en mi vida llegamos (a pie en todo momento) a la plaza de la Concorde, famosa por estar coronada por un gigante obelisco de los de verdad y por albergar gran cantidad de edificios gubernamentales en un espacio gigante. En las fotos que hicimos no se aprecia la belleza de ese lugar por culpa del denso tráfico pero en mi retina queda grabado ese obelisco de por vida.
Y así como quien no quiere la cosa, nos metimos en el Jardin de les Tuileries, el nexo de unión entre la Plaza de la Concorde y el Louvre. Los jardines estaban a tope de gente y se convirtieron en el lugar perfecto para descansar a la sombra, refrescarse y tomar un tentempié, aunque para mi gusto los Jardines de Luxemburgo ganan en belleza.
Y a la salida de Les Tuileries ahí estaba, la famosa pirámide de cristal que nos advierte que hemos llegado al Louvre. (Por cierto, el Código da Vinci es otra peli que tengo que volver a ver). Lo ideal habría sido entrar a ver a la Gioconda y sus cuadros vecinos, pero el tiempo jugaba en nuestra contra, así que esta es otra de las cosas que nos dejamos pendientes para ver en otro viaje. De todas formas, admirar el edificio que la alberga desde fuera también merece la pena.
Y del Louvre al Palacio Real, o mejor dicho, a los Jardines del Palacio Real. Y es que había una placita que tenía especial ilusión por ver en directo. Es la plaza de las columnas que tantas veces había visto en Instagram. Necesitaba comprobar que era real XD.
De ahí cogimos la Rue Saint Honoré y dedicamos el resto del día a pasear por ella y visitar algunas tiendas icónicas como Colette, otro must de París. Caminando, caminando llegamos a la Rue Cambon… ¿os suena de algo? Es la calle donde Chanel tiene su cuartel general, que tampoco es nada del otro mundo pero que a mí me hacía ilusión ver. Karl no estaba por ahí. Shame! Terminamos nuestra ruta comercial en Galerias Lafayette, los famosos centros comerciales donde es difícil comprar algo (a no ser que seas millonario) pero que vale la pena visitar para admirar su cúpula acristalada y su estructura circular repartida en siete plantas parapateadas por balcones de estructuras modernistas.
Volvimos de camino a casa por la Rue Rivoli, que es una preciosa calle con vistas a los Jardines de les Tuileries compuesta por un pasaje con arcos donde es interesante mirar, también, al suelo, lleno de originales mosaicos. Aquí está el famoso salón de thé Angelina, aunque dicen que su especialidad es el chocolate caliente. Volveré en invierno para que me siente mejor.
Tercer y último día
Para nuestro último día en París decidimos comenzar la ruta en el Hotel de la Ville, es decir, el Ayuntamiento, otro colosal edificio más que te deja casi sin habla y que cuenta con una plaza en la que se llevan a cabo diversos festivales de música y conciertos. De ahí nos fuimos al Museo Pompidou. Queríamos experimentar la sensación de admirar un edificio tan moderno y totalmente diferente a los edificios del siglo XIX con sus características paredes de piedra y buhardillas pintorescas que copan la ciudad. Y sí, es raro verlo ahí en medio y también ver esa fuente surrealista en honor a Dalí quien, por cierto, está mirando todo lo que pasa en su plaza a través de un propio grafitti de él mismo que hay en ella. Pero el grueso de la ruta venía con el adentramiento en el barrio de Le Marais.
Leímos que este barrio tiene mucha vida los domingos por la mañana. Las tiendas están abiertas (algo que no sucede en el resto de la ciudad), hay salas de exposiciones, gente improvisando conciertos por las calles y un mercadillo de antigüedades digno de ver. Y, bueno, yo tenía curiosidad por ver con mis propios ojos la brasserie La Perle, un bareto muy concurrido que se encuentra en pleno corazón del barrio donde ocurrió toda la locura de Galliano. Cuando lo vi, lo entendí todo. Este bar está en pleno barrio judío. Imaginad a Galliano, borracho, voceando y haciendo comentarios en contra de la religión judía… Si es que el alcohol no trae nada bueno, Galliano de mi vida…
Por ahí estuvimos paseando toda la mañana hasta que llegamos a la plaza des Vosges. De ella os diré que si os gusta el arte, tenéis que visitarla sí o sí. Aunque en el centro hay unos jardines, se puede rodear la plaza a través de sus arcadas. Y ahí es donde podéis admirar las galerías de arte de artistas super consagrados. A nosotros nos encantó dar esa vuelta y además nos vino fenomenal puesto que fue el único momento de todo nuestro viaje en el que cayeron unas gotitas de agua. Así que resguardados bajo esas preciosas arcadas nos fuimos despidiendo poco a poco de París.
Sé que nos han quedado muchas cosas por ver, pero era nuestra primera vez en París y no queremos que sea la última. Nos han recomendado dar un paseo en barco por el Sena, ver la Torre Eiffel al atardecer, visitar la tumba de Napoleón y la Ópera de Garnier, entrar al Louvre a ver La Mona Lisa y, bueno, a modo personal, mi marido quiere ver la tumba de Jim Morrison (de hecho, el último día podríamos haber andado un poquito más allá de la Plaza des Vosges para alcanzar la pla za de la Bastilla y, a continuación, el famoso cementerio) … puede que ya esté haciendo nuevas rutas mentales para mi próximo viaje (aun sin fecha) a la que desde ya es mi ciudad favorita del mundo. ¿Qué más cosas y sitios de París me recomendáis ver? ¿Merece la pena sacrificar un día, a la próxima, para ir a Versalles?
Espero que os haya servido de algo mi guía y disfrutéis mucho de vuestro viaje. 🙂